Rosal y Bermejo me han dado algo que hacer hoy, una ocupación, un fin entre todo este relleno que es el devenir, el sobrevenir, el acontecer. Rosal me está infectando con esa especie de caligrafía oralizada que usa en boca de Luis Bermejo. Bermejo es el mejor socio para ello. Lo hemos visto antes y lo seguimos viendo. La felicidad de Bermejo, la risa de Bermejo. Además, le tengo especial aprecio porque estamos eternamente unidos por el apellido: Sanguino y Bermejo significan lo mismo. La palabra de Rosal es más piel que órganos. Rosal nos lanza un mensaje sobre el hombre contemporáneo que viene de la picaresca española, pero también de Joseph Roth. En Rosal está también Jarry, está Joyce, está Beckett. Acude a la tradición para devolvernos un escenario de barrio de periferia, barrio fondeado en la ciudad.
Pablo Rosal (Barcelona, 1973) da cuerpo a su personaje José Luis mediante Luis Bermejo. Pero no solo a José Luis, porque en la función aparece un buen número de secundarios que Bermejo alterna. En ocasiones, hay pinceladas incluso de Terry Gilliam, el componente del Monty Python más reflexivo sobre la sociedad contemporánea. Uno se imagina a ese “especialista” al que José Luis le pide una ocupación como uno de esos funcionarios que aparecen en las historias de Gilliam. Bermejo es capaz de hacer que suspendamos por dos veces nuestra incredibilidad y que bajemos un escalón más: Bermejo hace de José Luis; José Luis hace de María… Y nos creemos a todos porque en Alicante creemos a Bermejo a pies juntillas.
José Luis, como Charlot, es un desposeído más hablando con el resto de desposeídos. Como Charlot, cumple con la misión incesante, hercúlea, homérica de no hacer gran cosa vagando por la ciudad como asido a un leño en alta mar. Y así puede ocupar todo el día, toda la vida. Y toda esa crítica, esa burla está envuelta en una porción de un quesito El Caserío. El quesito es el manto invisible facilitado por la industria láctea que le hace flotar hasta la orilla de su banco. Y vuelta a empezar.
Pero Rosal va de la enunciación a la emoción donde el adjetivo se vuelve verbo, toma el protagonismo, le arrebata el centro de la escena y lo arrumba en un rincón. Lo importante es la evocación de las voces sin necesidad (paradoja) de no hacer nada. Bermejo es el maestro ideal para esa partitura repleta de bellas serifas. La palabra evoca un estado. La palabra es un perrillo al que apretar contra uno, además de un signo de acción.
Pero también en la obra hay un algo que hacer. Acudiendo a Greimas, hay un programa narrativo, y no me refiero solo a los siete tratados que dividen la pieza y son leídos de un cartón como si fueran las cartelas del cine mudo, los títulos de un retablo, o los capítulos de libro de aventuras. También son los programas que cumplir para culminar una misión existencial. Bermejo es el héroe de ese programa narrativo que tiene una misión, la de hacer algo, la de ocuparse de algo. Como el héroe contemporáneo antiburgués, se ríe del lujo, la frialdad y la arrogancia de la burguesía capitalista. Todo desde el ángulo panorámico que le ofrece el banco que ocupa en un parque. José Luis, como Charlot, es un desposeído más hablando con el resto de desposeídos. Como Charlot, cumple con la misión incesante, hercúlea, homérica de no hacer gran cosa vagando por la ciudad como asido a un leño en alta mar. Y así puede ocupar todo el día, toda la vida. Y toda esa crítica, esa burla está envuelta en una porción de un quesito El Caserío. El quesito es el manto invisible facilitado por la industria láctea que le hace flotar hasta la orilla de su banco. Y vuelta a empezar.
Bermejo es el héroe de ese programa narrativo que tiene una misión, la de hacer algo, la de ocuparse de algo. Como el héroe contemporáneo antiburgués, se ríe del lujo, la frialdad y la arrogancia de la burguesía capitalista. Todo desde el ángulo panorámico que le ofrece el banco que ocupa en un parque. José Luis, como Charlot, es un desposeído más hablando con el resto de desposeídos
Finalmente, José Luis, Bermejo, coincide como Charlot en algo: lo más importante es la bondad y la empatía con el resto de seres. Por eso queremos tanto a Luis, por eso nos detenemos ante su escaparate para que nos cuente lo que tenga que contarnos. Aunque nos diga sicalípticamente que ya no podemos salir del Teatro, tampoco tenemos nada que hacer, nada mejor en qué ocuparnos.
